domingo, 25 de octubre de 2015

Morir de impunidad


El domingo 18 corrió la noticia: Héctor Mario López Fuentes, general retirado del ejército y operador del genocidio en el área ixil, había muerto. El parte médico reporta condiciones clínicas según las que murió de muerte natural. Sin embargo, en realidad, el ex jefe del Estado Mayor de la Defensa General no murió de muerte natural. El chacal responsable de diseñar, conducir y supervisar los actos de genocidio murió de lo único que puede morir quien carente de valentía se esconde luego de cometer sus delitos.
López Fuentes murió de lo que mueren los cobardes: de impunidad. Ese cáncer que corroe las estructuras del sistema de justicia en Guatemala y que ha permitido a los criminales escudarse de responder por sus delitos. Una media de tres décadas es lo que han debido esperar las víctimas de crímenes de lesa humanidad para ver a sus verdugos ante los tribunales. López Fuentes fue el primero en ser capturado y llevado a la corte. Poco después, ante quebrantos de salud y sin ser desligado del proceso, se internó en el centro médico militar. Ese nosocomio de genocidas y ladrones a donde se refunden quienes buscan evadir el camino de la justicia.
Al morir, López Fuentes había cumplido 85 años. Pero cuando estuvo al frente de las tropas que ejecutaron actos como arrasar aldeas a sangre y fuego, contaba con 52 años y todas sus facultades mentales y físicas en óptimas condiciones. Tenía plena conciencia de sus actos y sabía lo que representaba dar la orden para que los militares bajo su mando asesinaran hombres y mujeres indígenas, ixiles y de otros pueblos mayas, niñas y niños, ancianas y ancianos. Sabía a la perfección lo que implicaba inducir a la violación sexual de mujeres y niñas. Conocía plenamente el significado y el alcance de los planes de campaña que él diseñó y dirigió.
En su calidad de Jefe del Estado Mayor de la Defensa Nacional, López Fuentes era el líder y jefe técnico de las fuerzas armadas. Sobre su rango solamente estaba el propio Jefe de Estado, José Efraín Ríos Montt, junto a quien integraba el Alto Mando Militar, también conformado por Óscar Humberto Mejía Víctores, Ministro de la Defensa Nacional.
Las operaciones que dieron cuerpo a la estrategia militar contrainsurgente que derivó en actos de genocidio, salieron de la mesa de mapas de López Fuentes. Una vez se integraban las consideraciones de los distintos servicios y direcciones, cuando se había dado paso a la integración “profesional” del ejército, surgían los planes de campaña. Luego de considerar el alcance, los pasos a dar y los recursos a utilizar, iniciaba el proceso de monitoreo y ajuste. Acciones todas que se ejercían desde el despacho de López Fuentes. Esa es la función del jefe técnico del ejército. Esa fue la función de López Fuentes durante la realización del genocidio.
Sabía perfectamente lo que hacía. No tenía la menor duda de que los poblados que ordenaba arrasar estaban habitados. En el caso del genocidio ixil, por población de ese pueblo maya. Como estaban habitadas las poblaciones de las Dos Erres, como estaban habitados los pueblos de Baja Verapaz, de Alta Verapaz, de todas las localidades donde el ejército bajo su mando cumplió los planes de campaña. López Fuentes nunca ignoró lo que su tropa realizaba, simple y sencillamente porque su tropa cumplía sus órdenes y ejecutaba lo que lo que requerían los planes que él diseñó.
De manera que al recurrir al confinamiento médico para evadir la justicia, sus asesores legales se equivocaron de estrategia. Su representado fue ligado a proceso y al no dar paso a la conclusión del mismo, terminó sus días sin haber dado la cara a la corte pero también sin poder quedar fuera del juicio. Además de morir de impunidad, será un general eternamente en fuga.
http://elsalmon.org/morir-de-impunidad/

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