sábado, 14 de marzo de 2015

DE LAS FINCAS A LAS UNIVERSIDADES

LA HISTORIA DE UNA ALDEA QUE PRIORIZÓ LA EDUCACIÓN

POR REGINA PÉREZ
rperez@lahora.com.gt
En la década de los 60, ninguno de los campesinos que fundaron la aldea Santa María Tzejá (SMT) en 1970, en plena selva de Ixcán, al norte del Quiché, hubiera imaginado que sus hijos serían capaces de terminar su educación primaria y llegar hasta las aulas universitarias. Como cientos de indígenas de ese departamento, presionados por la situación económica y la falta de tierra, cada año viajaban a las fincas de la Costa Sur para trabajar en el corte de algodón, la caña de azúcar y café, ganando salarios que apenas les alcanzaban para cubrir sus necesidades básicas y pagar sus deudas. Más de 40 años después, los hijos de estos “mozos colonos” no solo pudieron ingresar a la escuela sino que culminaron su educación del ciclo diversificado y más de 80 cursaron o aún cursan estudios universitarios.
¿Cómo lograron estos campesinos sin tierra, que vivían en condiciones paupérrimas en fincas de la Costa Sur y que no lograron ni completar la escuela primaria, conseguir que sus hijos finalizaran su educación hasta el ciclo diversificado e incluso la universidad? Esta es su historia.
EL LARGO CAMINO
En enero de 1970, con el apoyo del sacerdote español Luis Gurriarán, más de cien campesinos originarios de diferentes municipios del departamento de Quiché se adentraron en la selva de Ixcán, un territorio en ese entonces inhabitado y que aún no era un municipio, luego de decidir que no querían seguir trabajando en las fincas de terratenientes, donde eran explotados y no tenían ninguna opción de superar la extrema pobreza en que vivían.
Según recuerda Gurriarán, en aquel entonces apenas había unos grupos de población q’eqchi’ en Ixcán, de unas cinco o seis familias, quienes habían llegado luego de que sus tierras fueran expropiadas durante el gobierno de Justo Rufino Barrios. El norte del país estaba totalmente deshabitado.
Después de realizar un reconocimiento del lugar en donde se establecería la comunidad, los campesinos caminaron durante cinco días a pie desde diversos municipios Quiché, llevando sus pertenencias y posteriormente llegaron sus familias completas. Así fue como se fundó la comunidad, de 114 parcelas con 30 hectáreas cada una, las cuales fueron medidas con el apoyo del Instituto Nacional de Transformación Agraria (INTA).
Además de preocuparse por sobrevivir en un entorno tan diferente a las tierras del altiplano de donde eran originarios, los primeros fundadores de la aldea también se esforzaron para idear la forma de garantizar a sus hijos la educación que ellos no tuvieron cuando trabajaban en las fincas, donde sus condiciones eran muy parecidas a las de esclavos.
Ese mismo año, en 1970, Santa María Tzejá construyó su cooperativa y su primera escuela, y comenzó a buscar a sus maestros.
LOS PRIMEROS MAESTROS
Una de las primeras maestras fue Raisa Alina Girón, quien llegó a Santa María de casualidad, cuenta Gurriarán. “Yo estaba en ese momento tratando de dinamizar un grupo de jóvenes desde el punto de vista cristiano. Tuvimos un encuentro juvenil en Panajachel y Raisa era parte de un grupo que ya estaba organizado en la ciudad capital que fueron los profesores del curso”, relata.
Según Gurriarán, Raisa dijo que quería conocer la aldea y decidió dejar el trabajo que tenía en la ciudad capital, en una escuela de ciegos y sordomudos. “Los ciegos y sordomudos en ciudad de Guatemala tienen mucha gente que pueden trabajar con ellos, porque están ahí, estos que no son ni ciegos ni sordomudos pero que viven aquí, en medio de la selva, no tienen a nadie”, fueron las palabras de Girón, recuerda Gurriarán.
Raisa se fue a la aldea con otros dos estudiantes que ni siquiera habían terminado magisterio. Uno de ellos Chabelo Velásquez, ahora jubilado y quien vive en Santa Cruz del Quiché, entonces estudiaba en el Instituto Indígena Santiago y estaba a punto de titularse.
“Él me conocía y cuando estaba a punto de terminar me dijo: Padre, yo quisiera ir ahí a colaborar. Y yo le dije: No se trata de colaborar, vente a trabajar cuando tengas tu título de maestro, que eso queremos, tener escuelas; ya los niños están deseosos de estudiar”, recordó el religioso.
Gurriarán señala que en ese entonces el gobierno ya había asignado dos maestros a la aldea, pero “uno de ellos ni siquiera llegó y cuando le dijeron que había que hacer varios días de camino, dijo, ‘no, yo no me voy ahí’, mientras que el otro estuvo como tres meses y a la primera oportunidad que tuvo de salir, no regresó”.
“Para nosotros fue un gran alivio que hubiera gente como Raisa, que querían trabajar como voluntarios”, dijo Gurriarán, quien recuerda que Girón trabajó un año y medio en la aldea.
Sin embargo, la maestra fue asesinada en la ciudad capital, en 1976, mientras estaba de descanso. El proyecto de Recuperación de la Memoria Histórica (REMHI) atribuye su muerte a una ejecución extrajudicial.
DESPUÉS DE LA GUERRA
Los logros de los aldeanos conquistados con trabajo arduo durante 12 años fueron interrumpidos con la incursión del Ejército, el 13 de febrero de 1982. Las fuerzas castrenses llegaron a la aldea pero no encontraron a nadie, ya que los pobladores fueron advertidos de su riesgo.
No obstante, los soldados masacraron a 17 comunitarios en distintos hechos y quemaron las casas y bienes de los pobladores. Tras meses escondiéndose de los soldados y evaluando la difícil sobrevivencia en la selva, familias enteras tomaron la decisión de huir hacia México, cuya frontera quedaba a pocas horas de camino.
Más de la mitad de la población se refugió y la otra parte se vio forzada a salir de las montañas y regresar a la aldea. Otros fueron capturados y llevados a la Base Militar de Playa Grande. Un año después de la destrucción de la aldea los sobrevivientes que permanecían en Guatemala vieron surgir un pueblo dividido, lo que el ejército llamaba una “aldea modelo”, según documentó la antropóloga chilena Beatriz Manz que tuvo una estrecha relación con la comunidad.
Tras dos años de vivir en los campamentos de Chiapas, en México, la población de SMT fue reubicada en el estado de Campeche. Ahí tuvieron la oportunidad de conocer a importantes aliados que contribuirían con su educación. Un equipo de ocho maestros que también eran refugiados y que buscaban trabajo fueron asignados por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para Refugiados (ACNUR), para preparar a un equipo de promotores de educación, quienes luego impartirían clases a 3 mil 500 niñas y niños guatemaltecos refugiados.
Varios promotores de educación eran miembros de la comunidad que tenían un poco de escolaridad, pues algunos habían culminado solo el cuarto grado del nivel primario. Luego de haber sido capacitados, estos promotores comenzaron a impartir clases en los campamentos de refugiados. En Maya Tecún, Módulo II, donde fue reubicada la mayor parte de la población de Santa María Tzejá, decenas de niños culminaron su educación primaria.
Otro de los aliados importantes durante y después del refugio fue Rolando Shea, un ciudadano de origen norteamericano, quien en ese entonces trabajaba con la organización Acción Permanente por la Paz, que daba acompañamiento a los refugiados en México.
Según recuerda Shea, el mismo día que llegó al campamento, los aldeanos le pidieron que diera clases a los jóvenes en el ciclo básico, ya que carecían de maestros y querían que comenzara de inmediato. Cuando la mayoría de familias retornaron a Guatemala en 1994, Shea los acompañó y se instaló en la aldea.
LOS REFUGIADOS VUELVEN A GUATEMALA
Clark Taylor, quien era pastor de la Iglesia de Needham, Massachusetts, llegó por primera vez a Santa María Tzejá en 1985, acompañando a la antropóloga chilena Beatriz Manz, quien fue alumna del famoso antropólogo Robert Carmack y quien vivió en la aldea en 1973, cuando realizó su tesis doctoral sobre la comunidad.
Taylor, un doctor en Planificación Urbana por la Universidad de Rutgers, en New Jersey, estableció desde entonces una relación de amistad y cooperación con la aldea a través de su iglesia. El proceso educativo lo fascinó y en 1998 comenzó a escribir un libro que publicó en 2013 con el título “Semillas de Libertad. Educación Liberadora en Santa María Tzejá, Ixcán, Guatemala”, que documenta el proceso educativo en la aldea, el cual asoció con el método de “educación liberadora” del educador brasileño Paulo Freire.
De acuerdo con Taylor, en 1985 había en SMT una escuela de un solo cuarto, construida de palo pique de techo de paja, con un pequeño pizarrón. El Estado había nombrado a un maestro para una población de 100 familias. En 1991, tras grandes esfuerzos, la comunidad logró construir una escuela más grande, en el mismo terreno donde estaba la anterior, que el Ejército destruyó. En ese entonces contaba con dos maestros para los seis grados de primaria.
Los maestros trabajaban bajo los lineamientos de “El Plan 22”, que consistía en que permanecían en la aldea durante 22 días, en los que impartían clases incluso los fines de semana, tras lo cual se marchaban a sus lugares de origen para descansar durante el resto del mes. Uno de ellos, relata, era alcohólico e ineficaz como maestro, mientras que otro, aunque cariñoso, trabajaba bajo severos obstáculos como la falta de materiales didácticos y libros de texto. Pronto, la gente retornada de México se percató de que los promotores de educación eran mucho mejores que los titulados que asignaba el Estado.
Taylor cuenta cómo los retornados querían que los promotores que se habían capacitado en México dieran clases a sus hijos, mientras que los que se habían quedado pensaban que siendo estos promotores sin título ofrecerían una educación de poca calidad.
El Supervisor Regional de Educación de ese entonces llegó a la aldea en julio de 1994 para resolver el problema. Determinó que los promotores de educación podían impartir clases junto a los maestros del Estado siempre y cuando comenzaran a estudiar para adquirir una certificación como docentes, validada por el Ministerio de Educación. El impedimento era que no podían pagarles mientras no tuvieran su título, un problema que Clark y su esposa resolvieron al asignar recursos de su iglesia para la educación.
Por otro lado, intuyendo el entusiasmo de la aldea por la educación, el Supervisor realizó una oferta sorpresiva. El Estado financiaría, aunque sin el presupuesto adecuado, un Instituto Básico por Cooperativa en Santa María, en caso de que hubiera alumnos suficientes que finalizaran el sexto grado, para justificar el proyecto. Los aldeanos propusieron a Rolando Shea para ser el primer director del Instituto.
Para 2001, ocho promotores de educación se graduaron como maestros, con diplomas que los acreditaban para impartir clases en la escuela primaria.
POR FIN, LA UNIVERSIDAD
Rolando Shea, el estadounidense que acompañó a los habitantes en su regreso a la aldea, fue el primer director del Instituto Básico y otro de los principales aliados en el proceso educativo.
Como primer director, Shea aspiraba a crear un currículo progresista y liberador. Muchas de las lecturas de los estudiantes tenían que ver sobre su realidad y su historia. “Además de motivar a las y los jóvenes para que leyeran libros estimulantes, también los atrajo hacia una forma de pensamiento liberador mediante una obra de teatro, un drama, que él escribió y dirigió en 1995.
La obra, No hay cosa oculta que no venga a descubrirse, fue un recuento de testimonios que recabó de la generación de los padres, sobre los horrores de la destrucción de la aldea y lo que sucedió después”, cuenta Clark. La obra de teatro llamó la atención a nivel regional y nacional, e incluso fueron filmados por equipos de video canadienses, suecos y británicos, que los proyectaron en sus respectivos países. La obra definió la identidad del Instituto en sus primeros años, agregó.
Desde 1996 el Instituto también brindó la oportunidad de educación a estudiantes de otras aldeas del Ixcán, por la cercanía, la calidad de la educación y el bajo costo de las mensualidades.
Cuando los 31 estudiantes del Instituto culminaron sus estudios del ciclo básico en 1997, Shea aprovechó sus contactos en el extranjero para buscar becas, de modo que pudieran continuar sus estudios en el nivel diversificado.
En 1998, un grupo de estudiantes que había finalizado sus estudios de básico en México y obtuvieron becas para continuar el diversificado en Guatemala, ya estaba pensando en entrar a la universidad en su último año de nivel medio. Entre ellos estaba Edwin Canil, quien comentó las circunstancias en que decidieron continuar con sus estudios.
“Habíamos regresado de México, donde teníamos luz eléctrica y agua potable. Al llegar a una montaña, donde no habían servicios, era desesperante y pensábamos, ¿vendrá alguien a arreglarlo, de donde tienen que salir las fuerzas?”, dijo. Y es que en 1994, llegar a la comunidad era muy complicado, pues esta careció de luz eléctrica hasta 2010 y aún no tiene agua potable.
Canil contó que su activismo en grupos de jóvenes cuando regresaron del refugio los puso en contacto con una iglesia norteamericana que les otorgó las becas para que pudieran continuar sus estudios de diversificado en el Instituto Indígena Santiago. La filosofía del Instituto era formar maestros para educar a los grupos más vulnerables y excluidos del país.
Sin embargo, ellos querían más y así llegar hasta la Universidad. Aunque no estaban seguros de seguir recibiendo becas, cuando terminaron el diversificado, ocho de ellos se inscribieron en las carreras de Agronomía y Derecho. En marzo de 1998 les confirmaron que sí serían becados. Al culminar el primer año de la Universidad nació entre los universitarios y los estudiantes becados por Shea, la idea de formar una Asociación de Estudiantes, que contribuyera al desarrollo de su comunidad y que pudiera apoyar a las nuevas generaciones a continuar sus estudios.
Se comprometieron a brindar un año de servicio en la aldea al finalizar su carrera de nivel medio, recibiendo únicamente un estipendio y a dar el 5 por ciento de su sueldo cuando comenzaran a trabajar. Pensaron en el año de servicio con la idea de que el estudiante regresara y fortaleciera el vínculo con su comunidad y “no se olvidara de su pueblo”, dijo Canil, quien estudió Derecho en la Universidad de San Carlos y trabaja ahora en una importante organización de derechos humanos.
Según el entrevistado, la única manera de mantener ese vínculo era involucrándose en los problemas comunitarios y era lo que hacían cuando visitaban su comunidad en tiempo de vacaciones. La Asociación, con el aporte de sus asociados, donó siete becas a los alumnos de la comunidad y espera continuar haciéndolo en el futuro.
Con la ayuda gestionada por Shea, el padre Luis Gurriarán y otros cooperantes, como la Iglesia de Needham, Massachusetts, 231 alumnos recibieron becas, el 53 por ciento varones y el 47 por ciento mujeres, de estos se graduaron del ciclo diversificado 202.
Otros 237 estudiantes no fueron beneficiados con becas pero se graduaron 110 por sus propios medios. En total 312 estudiantes de Santa María Tzejá y de aldeas circunvecinas que estudiaron en el Instituto se han graduado del ciclo diversificado. De estos, más de 82 alcanzaron estudios universitarios y trabajan en distintos espacios.
En 2006, Santa María Tzejá tuvo su primer graduando universitario, Emiliano Panjoj, quien egresó de la Facultad de Agronomía de la Universidad de San Carlos. Juan Tomás, otro comunitario que se graduó de agrónomo en 2007, dijo que el hecho de ser hijo de campesinos que tenían una historia de opresión en las fincas, le formó una conciencia social y al terminar la Universidad mantuvo su palabra de dar el 5 por ciento de su salario para ayudar a otros. “Recibimos una beca que no era condicionada y es por conciencia social que devolvemos esto a la comunidad, porque no somos los únicos que tenemos una necesidad”, indicó.
Entre los recién graduados de la Universidad está María Hernández, quien nació en Joyabaj, Quiché en 1968 y tenía dos años cuando sus padres migraron hacia Ixcán. A sus 12 años había culminado apenas segundo grado de primaria e interrumpió sus estudios cuando sus padres tuvieron que huir a México.
Inmediatamente después de llegar a Chiapas comenzó a recibir capacitaciones para ser promotora de salud. En 1992 se convirtió en promotora de educación y desde entonces no ha dejado de dar clases. En 2013 se graduó de Licenciada en Educación Bilingüe Intercultural, con Énfasis en la Cultura Maya, y es actual directora del Instituto Básico. Tiene dos hijas estudiando en la Universidad de San Carlos y espera continuar trabajando para darle educación a su tercera hija, que estudia básicos.
Sobre el logro de finalizar su carrera universitaria, indica: “Cuando comencé a estudiar siempre tenía la idea que era lo que quería hacer, quería estudiar un Profesorado, pero nunca pensé que me iba a graduar en la Licenciatura. Tuvimos la oportunidad y llegamos hasta el final. Uno lo logra si tiene las ganas”.
Santa María Tzejá cuenta ahora con 9 maestros con título, dos de ellos a nivel de licenciatura y cada vez hay menos niños en la escuela primaria por varios factores, como la migración y la planificación familiar, según estiman los educadores, por lo que envía 2 docentes a otras comunidades cercanas que los necesitan.
Asimismo cuenta con un centro de computación equipado, donado por Jeff Taylor, hijo de Clark Taylor y una biblioteca, inaugurada en el 2006 con el apoyo fundamental de tres aliadas vascas, Ainhoa Gobantes, Ainhoa Uriarte y Lorea Undagoitia.
VARIOS FACTORES, CLAVE DEL ÉXITO
El padre Luis Gurriarán considera que Santa María posiblemente sea una de las aldeas en Guatemala a la que se puede considerar con más alto nivel educativo, tomando en cuenta su ubicación, a casi 9 horas de la ciudad capital.
El religioso considera que una de las razones de su éxito es el impulso con que llegaron los primeros fundadores de Santa María Tzejá, con el deseo de mejorar sus condiciones de vida y que tuvieron la suerte de conseguir parcelas grandes.
“Que en una aldea de 114 parcelas haya tantos graduados, me parece muy notable y significativo, si además se añade que es un lugar que está ‘en el fin del mundo’, que es inaccesible y que los caminos son pésimos”, subrayó.
Otro de los factores que menciona es que los pobladores que se refugiaron en Campeche tuvieron la posibilidad de conocer gente que provenía de otros lugares, como Rolando Shea, quien por su origen y relación con grupos solidarios de Estados Unidos tuvo la oportunidad de apoyarlos.
También está el factor de que hayan concurrido ahí distintas circunstancias y personajes como Taylor y Manz, quienes a través de sus libros han llevado la información a otros lugares, lo que le ha dado la oportunidad a Santa María de seguir alimentando la capacidad de sus estudiantes, y dejar en evidencia que el objetivo educativo no es terminar la primaria y el básico, sino tener acceso a estudios superiores.
“El hecho de que haya gente de SMT y de otras aldeas que tienen la oportunidad de sacar títulos universitarios da a entender que el interés grande que hay en la educación es lo que le da a la gente de Ixcán la posibilidad de que sea un lugar donde el campesino pueda ser autosuficiente y que sus hijos y nietos ya no piensan seguir siendo agricultores”, indicó.
Clark Taylor concluyó: “Pienso que las escuelas en Estados Unidos pueden aprender mucho de las escuelas de primaria y básico en Santa María Tzejá”.

LOGROS DE DIVERSIFICADO
Estudiantes graduados de Magisterio, Párvulos y otros: 117
Graduados de la carrera de Perito contador: 44
Carreras Agrícolas, Forestales y Recursos Naturales Renovables: 37
Bachillerato en Ciencias y Letras: 29
Carreras técnicas relacionadas a la Mecánica o a la Electrónica: 21
Carreras técnicas relacionadas a la informática: 16
*Con información de Rolando Shea

LOGROS UNIVERSITARIOS
Estudiantes que alcanzaron estudios superiores y/o continúan estudiando: 82
De ellos, 18 ya se graduaron en distintas carreras, entre ellas Derecho, Comunicación, Agronomía, Zootecnia, Administración de Empresas y Licenciatura en Educación Bilingüe Intercultural con Énfasis en Cultura Maya, Ingeniería y Auditoría, entre otros.
*Con información de Rolando Shea
http://lahora.gt/de-las-fincas-las-universidades/

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